Retrospectiva de la una mirada por la ventana.
-Míralos…
-le dijo uno al otro mientras mantenía la vista hacia adelante mirando a través
de el vidrio-. ¿Alguna vez te has puesto a pensar que pasa por sus cabezas? Es
curioso, ¿no te parece? Aun no comprendo cómo logran vivir de esa manera: como
ratas atrapadas en su vicio.
Están ahí, uno al lado del otro, revolviendo esa
basura de la cual comen, desconectados del mundo humano. Están uno al lado del
otro, pero a kilómetros, a años luz de distancia. Ya no les importa con que
vestirse, toman lo primero que logran arrebatar… buscando poseer un poco de
humanidad o un rastro tenue de personalidad con lo que se visten, pero al final
son todos iguales. Apestan, más allá de lo que ningún cuerpo puede apestar. Su
corazón apesta. Está podrido. Sucio. Sólo y seco.
Es interesante, me refiero a
saber que, en algún momento, no eran así. En algún instante de sus vidas
poseyeron un corazón caliente, con sueños e ilusiones. Quizás cuando fueron
niños, en ese tiempo en el cual lo más valioso era el abrazar a quien amaban y
descubrir el brillo del mundo. No soy quien para decir cuando un hombre deja de
ser humano, pero si soy capaz de darme cuenta cuando un hombre deja de soñar,
deja de sentir felicidad y se convierte en eso. Esa madurez de poder hacer lo
que nos venga en gana. Todo el placer que se pueda alcanzar cuando posees una
tarjeta que te promete poder comprar el cielo y luego te pasa a llenar las
facturas sentado en una incómoda silla en el vestíbulo del infierno.
Un amigo que pasó ayer a saludar
me dijo que el dinero es la raíz de todos los males –da un resoplido de burla-.
Estaba equivocado, el dinero no tiene valor por sí mismo. ¿Qué mucho puedes
hacer con el dinero? ¿Dibujar sobre él? ¿Usarlo para limpiarse el culo? Otros
dirán que con el puedes comprar un poco de salida de la agonía de seguir
viviendo. Es curioso, todos piensan que con dinero pueden comprar una mejor
vida. Basura. No se dan cuenta que el mayor error que cometen es pensar que el
dinero puede equivaler a una vida. Y por eso se pasan lo que les queda de la
propia intentando comprar una mejor. Una más cómoda, con más placeres que les hagan sentir mejor. Es ahí, cuando en
medio de toda esa empresa de buscar la felicidad, o más bien comprarla, es
cuando se deja de soñar. Se aíslan de la realidad a tal punto que la única forma
de sentir que están vivos es artificialmente, pegados a la teta de esa maldita
droga que alimenta a los hijos descarriados de dios.
Me da algo de risa, tengo que
aceptar. Si mis amigos y familiares me escuchasen hablar así me señalarían cien
faltas que he cometido buscando persuadirme de no lanzar la primera piedra
atravesando esa vidriera de indiferencia que nos separa a nosotros de ellos. No
he tomado muchas buenas decisiones en mi vida, debo de aceptar. Pero de lo que
soy verdaderamente culpable en este momento es de verlos a ellos ahí, al otro
lado de ese vidrio, y dudar de lo que pasa por sus cabezas. Bueno, si es que
algo pasa por ahí.
-No
sé qué tanta razón tengas –le respondió su compañero mirando en la misma
dirección mientras se acercaba a él para mitigar el frió-. Pero te puedo
asegurar que, sin importar que tengan las cabezas vacías, en este momento al
menos tienen las bocas llenas.
El primero miró a su amigo y se
rió. Sabía que tenía razón al señalar eso. Cuando pasas mucho tiempo sentado en
una acera fría, bajo la lluvia, aprendes a distraer tu mente de muchas cosas,
entre ellas el hambre. Pero aún le parecía curioso ver esas personas ahí
tiradas, dentro de ese restaurante de comida rápida. Todos tragando sin parar y
con la mirada fija en sus teléfonos celulares. Tenía hambre, pero por alguna
razón quería estar en su lugar.
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