domingo, 23 de noviembre de 2014

¿Quién eres?

¿Quién? Yo.


Tengo la costumbre arraigada de aprovechar el momento de mayor tranquilidad de una persona a la cual creo conocer para hacer la pregunta ¿Quién eres?. En ocasiones me ha tomado varios años llegar hasta ese punto y en otras no puedo contenerme. 

Respuestas de todo tipo, casi tan complejas y maravillosas como a aquellos a quienes fue hecha la pregunta. De no ser una persona que de alguna manera trascienda más de lo usual, jamás le haría el cuestionamiento; es enfrentar no sólo a la persona con la imagen que posee de si misma, es más que eso. En el momento en el cual mis labios pronuncian esas dos palabras estoy mostrándome vulnerable a las ideas y razones de quién las escucha. 

Es frenar todo lo que creo y he creído de él o ella sólo para que en un instante cambie mi comprensión de la persona detrás de la máscara que mi mente ha creado. Al final ni nuestro nombre hemos definido y mucho menos usado para nombrarnos a nosotros mismos. En cambio, todo lo que creemos de nosotros es interpretado de manera personal por los demás y aunque creamos que no nos afecta de manera directa, en contra posición, detrás de los ojos de aquellos que nos creen conocer, esa imagen es la que cala más allá de lo que intentemos aparentar.

Respuestas tan opuestas como aquellos que saben, los fundamentos de su certeza pueden ser inciertos, pero creen saber quienes son y quienes están destinados a ser y aquellos que no saben quienes son realmente y a causa de ello se alejan de los caminos posibles por miedo a no tomar la decisión correcta en cual elegir, cuando la única elección sensata es dar el paso y repetir el proceso. 

He conocido a un puñado que no quieren o necesitan dar la respuesta a quiénes son porque saben que en algún momento lo descubrirán para si mismos. Otros pocos me han asombrado con una sólo palabra y convencido que al final de cuentas son lo que han querido ser, feliz. Y he visto la mirada de temor y vacio de algunos pocos que al no poder siquiera elegir las ideas de quienes desean creer que son se dejan ahogar en el mar del silencio, ahí donde las preguntas flotan y en lo profundo la oscuridad teje su manto protector a los miedos.

Pero, ¿podemos respondernos todos con seguridad a esa pregunta? Siquiera a nosotros mismos, ese debería de ser el requerimiento para cuestionar a los demás o formar una imagen de ellos. Pero quién puede ser juez, acusado o defensor, cuando todos somos espectadores de la obra que tras proyectarse ante nosotros nos apresuramos a dar alabanzas o tirar tomates. ¿Quién tira de nuestras propias cuerdas, los espectadores o nosotros, los auto proclamados titiriteros maestros?

El joven se pone de pie, frente al gran espejo de cuerpo entero, desnudo de piel e ideas, cuestionando la definición de sus pilares.. ¿hay respuesta alguna? Voces de tiempos pasados, imágenes de otros cuerpos abrigados y con máscaras de todo tipo se acercan a susurrar. Rosando su cara, cuerpos sin rostros definidos y palabras indescifrables intentan comunicarse y revelarse pero solo los reflejos borrosos y sucios en el espejo revelan sinfonía que la pupila descifra como ideas, sabores, olores y sensaciones que se interpretan como existencia y toman una forma familiar... sólo entre destellos, sin poder escucharse a si mismo, el verdadero Yo yace atrapado bajo la piel, más allá del espejo.

He aquí la más grande de las respuestas: Soy Yo. La respuesta más ambigua y menos segura de todas nos define por completo y anula las libertades u obligaciones del interrogador y el interrogado. No siempre y mucho menos todos pueden dar esa respuesta con la seguridad inamovible que rompe esquemas, pero cuando puedas darla con la seguridad de saber quién es ese Yo, no necesitarás dar una palabra de fundamento ni de explicación. Significa que de alguna manera la persona que está presenciando esa declaración puede ver más allá de su imagen mental y reconocer quién está bajo la máscara.

Antes de buscar o dar la oportunidad a alguien de escuchar esa respuesta, primero respóndele a los ojos en el espejo hasta que el reflejo los labios se convierta en un grito más allá de la piel y trascienda envolviendo por completo lo que las máscaras han cubierto y ahora ni las ropas pueden esconder. Ahí no necesitarás justificarte ni a ti mismo ya que sólo una respuesta será la correcta: ¿Quién? Yo.  

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